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Tu lees porque piensas que te escribo... Eso es entendible. Yo escribo porque pienso que me lees... Y eso es algo terrible.

28 noviembre 2009

CARTAS QUE NUNCA...(11)


Estoy donde debiéramos estar los dos, donde siempre te prometí que vendríamos juntos. Es obvio que no he cumplido mi promesa, pero a estas alturas que importa romper media promesa más. Si, media, porque al menos he cumplido la mitad de mi promesa, a pesar de que tú no has venido, yo si estoy aquí.
Además, Las Vegas tampoco es para tanto, no es más que un enorme parque de atracciones en el que solo te puedes divertir si te gusta el juego o te sobra el dinero.
Aquí todo es mentira, una estatua de la libertad falsa, una esfinge falsa, un castillo medieval falso…
La única verdad inapelable que encuentro en esta ciudad es que tú no me acompañas.

He salido a buscar Elvis falsos y Marylins de pega, como tantas veces habíamos hablado de hacer, pero parece ser que lo intente demasiado pronto. Un mejicano, al que pregunte, me ha dicho que espere a que caiga la noche y entonces saldrán de hasta de debajo de mis pantalones.
Así que he me he vuelto al hotel, en parte un poco asustado ante la posibilidad de que me aparezca un Elvis cerca de la entrepierna, y en parte por refugiarme algo de un sol que golpea con más de cuarenta grados.

El hotel, deja bastante que desear, solo un norteamericano seria lo suficientemente hortera para elegir semejantes colchas y cortinas (que ni siquiera van a juego), pero al menos en el baño hay una gran bañera redonda. Así que no puedo quejarme, porque esta claro que voy a usar bastante más la bañera que las colchas de colores chillones.
El verano aquí se te mete tan dentro que hace que te sientas como si te hubieras comido tres mantas eléctricas encendidas.
No me lo pienso más y me sumerjo agua casi helada, para aliviar el terrible calor del estado de Nevada, mientras lo hago no puedo evitar pensar que es un nombre poco apropiado para el estado más árido y desértico de Estados Unidos.
Una vez dentro, en vez la sensación de alivio, que esperaba encontrar al poner mi cabeza en contacto con el agua fría, he recibido algo bien distinto; una especie de mazazo en forma de claro recuerdo, tan claro y vivo que he pensado que si realmente me golpearan con él, mi cabeza habría salido disparada de la bañera.
Dice Ray Loriga que la memoria es un perro estúpido que le tiras un palo y te trae cualquier cosa. Tiene toda la razón. Si no, ¿Por qué diablos, el agua fría, ha traído a mi mente ese beso que me diste la mañana en la que tuviste que irte?

En la confusión de mi cabeza, muchos de nuestros momentos se me entremezclan y quizás muchos se hayan perdido, pero la última semana, esa última semana que pasamos juntos, no para de repetirse una y otra vez en mi cabeza, como si fuera uno de esos viejos videos programados para que cuando la cinta de VHS llegara a su final se rebobinase y volviera a empezar de nuevo.
Y por eso entiendo menos aun que me venga ese recuerdo ahora. Si tengo tan claros y repetidos mis recuerdos de esos días, no debiera eso descartar la posibilidad de que apareciera uno aislado ¿Que tiene que ver el agua o el frio con ese beso?
Si ha de venirme algo en mente ¿No sería más lógico, que el agua me llevara al tacto de tu piel mojada? Porque aunque apenas pueda recordar tú cara de esos días, aun casi puedo sentir tu piel, acariciada por mis manos. Podría atreverme a decir, que recuerdo cada gota de agua que compartimos ese día. Recuerdo bien como toda esa agua nos rodeaba y como mis ojos se cerraban para que nada distrajera a mis dedos mientras recorrían tu espalda mojada, subiendo hasta tu cuello y acariciando el nacimiento de tu pelo bañado por esas aguas templadas de, lo que iban a ser, nuestras últimas vacaciones juntos.
O quizá, podría ser lógico también, que el frio del agua me llevase a aquel intenso frio que pasamos esos días en ese viejo país, en esa vieja habitación, ese frio que tanto odiaba y me incomodaba por el día, pero que tanto esperaba y agradecía por la noche, ya que hacía que los dos durmiéramos pegados el uno al otro como dos cucharas en el cajón de los cubiertos.
Pero no. Ha tenido que venirme ese maldito beso de despedida que casi apenas ni pude notar, ya que mis labios, esa mañana, estaban como el resto de mi cuerpo y yo mismo: Dormidos.

Dormido. Me he dado cuenta de que pasé mis últimos días contigo dormido; Esperando el día adecuado para este viaje que ahora hago solo, decidiendo cuando sería mejor decirte las cosas que nunca te dije, posponiéndolo todo para el momento ideal. Lleno de intentos, pero vacio de hechos.
Pero ya he decidido que eso no puede volver a suceder; así que me pongo mi smoking blanco recién alquilado, me subo al Cadillac descapotable que también alquile para la ocasión y salgo decidido en busca de una capilla donde uno pueda casarse rápidamente.
A estas alturas si hay algo que tengo claro es que; no es que no pueda olvidarte, lo que pasa es que, sencillamente, no quiero olvidarte.
Así que espero que no haya problema en celebrar la ceremonia. Si en algún sitio es posible, tiene que ser aquí en Las Vegas. Ya que no creo que un cura que se viste de Elvis y que ha sido capaz de casar a varios miles de parejas extrañas (a saber hasta qué punto) pueda ponerme muchas objeciones a que yo... quiera casarme con un recuerdo.