LA SONRISA
Poco a poco, los pómulos se alzan, los ojos se achinan ligeramente, unas
leves arrugas se dibujan en
ambas comisuras de la boca y entonces, ¡entonces sonríes!
ambas comisuras de la boca y entonces, ¡entonces sonríes!
En ese momento siento como si todo mí alrededor se ralentizase, igual que en una de esa peliculas de Sam Peckpinpah que tanto me gustaban de niño. No puedo evitar que mis ojos se claven en tu rostro. Da igual cuanta gente haya, no veo a nadie más, no importa nada más. De hecho estoy tan abstraido que podría descarrilar el tren en
el que nos encontramos y aun así yo no podría apartar la mirada de tu sonrisa.
Tengo la extraña sensación de como si este instante fuera a cambiar toda mi
vida. Fijo uno a uno, por pequeños que sean, cada uno de los detalles en mi cerebro; tus labios rosados increíblemente definidos parecen dibujados
por un escultor
consciente de que va a ser recordado por esta obra maestra, llego a contar hasta ciento trece pequeños pliegues en
tu labio inferior, bajo ellos una pequeña cicatriz parece querer convertir en
terrenal lo celestial pero, al menos a mis ojos, ese intento carece totalmente
de éxito, tus dientes parecen confirmar
mi impresión, ni rasgo de la mínima imperfección.
Aun a cámara lenta no puedo evitar que el instante poco a poco
se vaya extinguiendo como si de una cerilla se tratase. Eso impide que grabe en
mi mente más detalles que me gustaría haberme llevado conmigo para siempre. Tras
la sonrisa te alejas y contigo la figura delgada por la que sin duda renunciaría
para siempre a cualquier otro tipo de forma. Tu pelo canela, largo y liso, me
dice adiós y toda mi ilusión del momento se esfuma en un instante. Las puertas
se abren y se cierran y tú, simplemente,
desapareces.
No sé quién eres, tan solo estabas sentada frente a mí en el vagón. Mirabas constantemente tu móvil y, sin el menor
atisbo de duda, el motivo de tu sonrisa era
un mensaje recibido de “el”.
Una vez que ya no estas, y a pesar de la tremenda
envidia que me provoca no ser yo quien provoca esa sonrisa, no puedo evitar que
mis labios pronuncien un estúpido “gracias” en voz alta. Es un gracias para “él”. Gracias por haber hecho que yo pueda
presenciar esta escena, por haber podido disfrutar de esa sonrisa que no voy a olvidar, una sonrisa unica que a pesar de
haberla provocado él, al contrario que yo, no puede nada más que imaginársela.
Bien pensado no sería de extrañar que, en ese momento, también él estuviera envidándome a mí.
By
Nene
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Nene